domingo, 26 de octubre de 2008

Y pasó por un zapatito rojo, quizás mañana te cuento otro.

Siempre taconeaba , donde ella estuviera también estaba el sonido de sus tacones, de los que no se separaba nunca, pues era tan menudita que aunque los usara era una pequeña señora, y quizás por eso era tan fuerte su pisada, pues así se notaba un poco más.

Y usando sus tacones favoritos, los de charol rojo brillante, salía a hacer todo lo que para ella era importante, y en ese momento lo más importante era botar al dictador, ese hombre sanguinario que se había tomado el poder. Entonces ella, marcando siempre su rápido caminar, salía a aplanar las calles, y junto a otros valientes taconeaba su impotencia, asumiendo el riesgo de que la llevaran detenida. Como ocurrió esa tarde, en la que quizás fueron los tacones rojos los que le impidieron huir más rápido, pero fue con esos mismos tacones que golpeó furiosa las pantorrillas de sus captores. Con ellos taconeó, orgullosa y con la vista tapada, por los pasillos en los que era arrastrada hacia la tortura. Nunca abrió la boca, y se aferró tanto a sus ideas como a sus zapatos.

Tiempo después, solitos los zapatos llegaron a la orilla de una playa, separados por metros y basura, sin nadie que llenara de fuerza su charol rojo. Y ahí, donde las parejas se dirigían a ver la puesta de sol, estaban ellos, todavía llamando la atención. Muchos al ver ese rojo, cada vez menos furioso, solo arrugaban la nariz. Otros se preguntaban por qué esos zapatos estaban ahí, pero nunca nadie imaginó que su dueña ya estaba deshecha en el mar, y que esos zapatos iban a seguir ahí, recordando el porqué una diminuta mujer salió a hacer sonar su paso por última vez.

1 comentario:

Rocío dijo...

cuento para el concurso de cuentos del altakilla super school, pie forzado "Zapatos"