domingo, 10 de octubre de 2010

ejercicio tacto I.

“toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera , y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar”. Cito, murmuro despacito, mientras te miro dormir, y con un dedo finjo tocar el borde de tu boca entreabierta.

Me sé el capitulo siete casi de memoria. Después de tocar el borde de la boca, me toca imaginarlo y rehacerlo. Ver si las bocas que invento, calzan con la tuya. Pero no le toco la boca, en cambio, imagino tu cara en la sabana, y sin mirarte, sigo haciendo bocetos, dándome cuenta del nulo sentido de la proporción que tengo cuando siento tu pelo rozando mi mano, barriendo lo que yo imagino. Toco tu pelo, más real que cualquier poema o boca imaginaria, y lo enredo entre mis dedos. No es un pelo suave, pero me encanta hacer eso, de manera casi imperceptible, y ni te inmutas. Ya no tengo sueño, me siento como recién despertada aunque está anocheciendo. Y aunque estoy aburrida preferiría poder conversarle o poder hacer un poco de ruido, no pretendo irme.

Te sigo mirando dormir, con tu boca entreabierta. Te aparto el pelo de la cara, aunque se que no te molesta. Pienso en darte un beso, pero no lo hago. No puedo ni tocar su boca.

Me levanto muerta de frío, y pongo una almohada a tu lado, esperando que tape el hueco que mi cuerpo deja. Me pongo el primer polerón tuyo que encuentro, empiezo caminar y me arrepiento de no haberme puesto zapatos, porque siento las baldosas congeladas debajo mio. Además son tan oscuras, con la poquísima luz que entra por la ventana se ven casi negras, y siento que tengo frío hasta en el pelo. Nunca me acuerdo donde está la luz de su cocina, así que tanteo la pared, buscando con las manos encontrarla y poder así espantar a las baldosas negras. Aprieto el interruptor, está al lado de una postal de algún pueblito español, siempre pienso en eso como referencia, pero claramente al tacto no se siente. Pongo el hervidor, y pongo dos cucharadas de café en polvo, y una de azúcar. Corro una silla, y me siento arriba de la mesa. Me carga sentir el frío de las baldosas en los pies. En serio.

Entro en su pieza, y me acurruco en el marco de la ventana. Dejé el café en la cocina, porque por más que lo sople, finalmente igual terminé quemándome la boca. Te miro dormir, seriamente tu cara es demasiado inocente. Demasiado. Los ojos cerrados relajadamente, la boca rosada y entreabierta.

Está abarcando casi toda la cama, abrazando la almohada que yo había dejado como reemplazo. Desde la ventana vuelvo a murmurar a Cortazar. Dibujo su boca desde lejos. La tapo con un dedo, me imagino rozando toda su cara, mientras me muero de frío.

Decido ponerme mis chalas. Maldito clima, en la mañana hacía calor. En cuclillas al lado de tu cama, te vuelvo a mirar. No, definitivamente no voy a volver a dibujar tu boca, tampoco voy imaginarme que tu saliva sabe a frutas, ni siquiera voy a volver a enrollar tu pelo. Toco mi boca, y le doy un pequeño beso a mi dedo. Dibujo tu boca en mi dedo, y rozo con mi dedo tu frente.

Al irme, apago la luz de la cocina, y prendo las del pasillo. Ojala cuando te despiertes no sientas que las baldosas son negras, y no me odies por haber logrado imaginarme tu boca solo en mi dedo. Besándote con el la frente. Cuando llegué a tu casa hacía calor, pero al irme no pude evitar llevarme tu polerón.

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